Memoria de las aceras
Memoria de las aceras; desde que las hubo, claro , por que hace 4 décadas, mucho antes de que los hermanos Muñoz, David y José, más conocidos por ESTOPA le echasen la culpa de un piñazo con un SEAT Panda a la raja de una falda (quien sabe si inspirados en un piño real con la furgoneta de la Juguetería LISTE de mi buen amigo Román) se mezclaban los algarrobos con los ladrillos de segunda. Hacinadas 60 mil almas en un espacio diseñado para 7.500 según proyecto inicial de una “ciudad jardín” sin equipamientos, ni infraestructuras, ni transportes, ni ná de ná. Las aceras se limitaban a circunscribir los bloques, sin solución de continuidad entre ellas.Habitantes de una Ciudad Satélite que nadie sabía de qué, nichos familiares donde seres de otro mundo regresaban por las noches después de jornadas de hasta 15 horas de trabajo para reposar la osamenta. Obreros metropolitanos necesarios para el desarrollismo catalán de la época y familias con necesidades que estorbaban a los presupuestos municipales. Niños sin escolarizar jugando en los descampados y mamás con el monedero anoréxico para llenar el carrito del carrefú, pero, claro, tampoco había Carrefú. Jóvenes sin guaridas asociativas deambulando por el barrio como almas en pena a santa compaña, y abuelos .... ¿Había abuelos?Se hacía de tripas corazón, pulmón y algo de bazo para conseguir llegar a fin de mes, mes tras mes, año tras año. Pagar las letras del piso, comer y vestir absorbían prácticamente la totalidad de los esfuerzos económicos familiares sin poder dedicarse a mucho más. La situación del barrio reclamaba a gritos un movimiento asociativo que diese empuje a las quejas por los compromisos incumplidos de Construcciones Españolas S.A. que se hacían los orejas amparados en dirigentes sin escrúpulos ávidos de conseguir pingües beneficios personales a costa del prójimo. Se dejó de construir por el morro equipamientos incluidos en el proyecto como un ambulatorio, biblioteca, centro cívico, hospital, etc, el primer colegio “nacional” de los 5 pactados no abrió puertas hasta 1968. Eso sí, se construyeron 3 cines de gran capacidad para mantener a la turba distraída de estas graves deficiencias a módico precio. También teníamos la alternativa de ver cine infantil los domingos por la tarde en la Iglesia/barracón de San Ildefonso con un vale descuento que repartía el capellán Gabriel Viñamata al finalizar la misa de los domingos. El resto del ocio de los mayores se limitaba a frecuentar los bares costeado con los sobresueldos del pluriempleo.Sin ningún local disponible, la calle y los bares eran el foro donde se acrisolaba la conciencia colectiva del barrio, y para nosotros, los niños de la Satélite, la calle era nuestro espacio vital, “mamá, me bajo a la calle” debería ser una frase con el copyright de La Satélite (como el “va a ser que no” del portero de la serie “aquí no hay quien viva”). Siempre había que bajar, alguno hasta 17 pisos como el Maeso, o subir a por el bocadillo de fuagrás Mina y volver a bajar. La calle te ofrecía lo que tu imaginación daba de sí: jugar al bote, a las canicas (en la modalidad de chiva, piebueno, tute y güá), al palete o pita, a churro mediamanga mangotero adivina que tengo en el puchero, a la lima (sólo cuando la tierra estaba algo húmeda) a poli y ladra, a un dos tres pica pared, o al deporte nacional con cuatro piedras marcando la portería en el descampado más próximo. La hoguera de San Juan era una actividad especial; nunca se estaba tan unido y tan organizado con los convecinos, brigadillas en busca de todo lo que pudiera arder, vigilancias para evitar que de las otras hogueras te robasen las maderas y finalmente la consumación en la noche del solsticio de verano entre tracas de chinos, piulas verdes de mecha tan corta que te explotaban en la mano y truenos de los de entonces que dejaban un manchurrón negro allá donde “petaban”. También disponíamos de nuestro propio vehículo nave nodriza chatarra convertido en punto de encuentro y herramienta de juego (y heridas). No había descampado que se preciara entre bloque y bloque sin su vehículo-chatarra. Así fuimos creciendo, entre bloques de hormigón y descampados, entre niños que jugábamos juntos en las calles, entre clavos oxidados, pedradas, cigarrillos furtivos y túneles de metro en construcción, entre pandillas callejeras y esplais sin locales propios, entre grupos de jóvenes entorno a la Iglesia del Pilar mecenados por el párroco Esteban Arrese y entre otros grupos más comprometidos en remar contracorriente en el San Ildefonso del Bonet, entre la asociación de vecinos y los incipientes colectivos políticos muy sensibilizados con los problemas sociales del barrio.Hoy, el paisaje urbano a cambiado mucho, ya no hay descampados, aunque tampoco han aflorado los parterres “de la ciudad jardín”, nuestro instituto Joan Miró ya no es un barracón de prefabricado con el perro (de raza callejera) del Cabrejas esperando fuera a su dueño y la perra del profe de mates, la Sabina (pastora alemana de pedigrí) dentro como un alumno más, siempre detrás de Benito, el conserje. Allí vivimos la mañana de los transistores: el 24 F y los primeros ramalazos artísticos de Jordi LP que nos aventajaba un curso. No hay niños sin escolarizar desde hace mucho tiempo, empezamos a ver ascensores que llegan al quinto piso, tenemos un tranvía gigagüai, parkings subterráneos, ludotecas e ir a la playa ya no supone aquellas colas al lado de la churrería de la avenida para coger el autobús servicio especial con la sombrilla, las toallas y los bocadillos de tortilla de patatas o carne rebozada. Ciertamente disponemos de servicios que no hubiésemos imaginado entonces, en 4 décadas esta Ciudad Satélite de no se sabe que planeta se ha convertido en la barriada Sant Ildefons de Cornellà, con su urbanismo, su metro, su cinturón del litoral, su medio centro cívico prometido desde sus inicios, sus colegios, sus médicos, sus asociaciones, su Milla Internacional, su festival internacional de Payasos, etc., pero la sensación que tengo sigue siendo la misma; la de vivir rodeado de auténticos héroes cotidianos y anónimos dejándose la piel día a día, hogares donde conseguir lo imposible es rutina diaria y los milagros de vez en cuando. No son los héroes a los que nos tiene acostumbrado nuestro electrodoméstico de compañía (la TV), mas bien son personajes algo más chaparretes, de barriguilla cervecera y riñonera o musculito cultureta con pirsin y tatu oriental al gusto, no suelen usar trajes de Antonio Miró y han cambiado las tumbonas de los balcones por tendederos con la colada, pero a igual que Tom Cruise son los prota de misiones imposibles como pagar la hipoteca o conseguir unos ahorrillos para ayudar a la prole en sus necesidades futuras. Menudo peliculón.Pese a todas las mejoras sigo viendo el estigma de la periferia en muchos rostros, vivimos un tiempo de luces y sombras, ni todo está hecho, ni todos han conseguido ser Estopas, ni Reyes Estevezes, ni García Nietos, ni Montillas, ni Ignasis Rieras, ni Jaumes Funeses, etc. Los que han conseguido medrar (no lo digo por todos los citados), se han esfumado del barrio para mejor, otros, acosados por el paro regresaron al pueblo. En los que se quedaron, atrapados por las circunstancias, veo muchas desilusiones en los rostros, muchos sinsabores, muchos sueños rotos, muchos esfuerzos sin recompensas, muchas tragedias, también rostros cansados pero satisfechos de haberle ganado la batalla a la adversidad, día a día .... si las aceras hablaran ....Después de vivir 40 años en La Satélite, he llegado a asociar el contenido con el continente de una manera indisoluble, me cuesta ver La Ciudad Satélite sin sus primeros colonos, me cuesta ver a los colonos sin sus colmenas. Hay grandes esfuerzos desparramados en este barrio que reclaman continuidad de la generación siguiente, sentir que todo este esfuerzo a servido para algo, que falta mucho por hacer, que dejan el relevo en manos dispuestas a continuar...... pero, ¿es así?. Mi generación, la X, la generación incógnita, ¿estamos en condiciones de recoger el testigo y seguir corriendo?.... o salir corriendo .... En este batiburrillo de sensaciones es donde he sentido la necesidad de a modo de trapero bajarme a la calle y meter en el saco imágenes que me voy encontrando, cronista gráfico de “la gauche divine” anónima, corriente y moliente. Una realidad que en breve cambiará sustancialmente, La Satélite y sus habitantes. Soy consciente que ya es tarde, que andamos por el tercer acto, que el tiempo pasa de puntillas sin darnos casi cuenta y muchos de nuestros padres se han jubilado y otros muchos ya no viven. Nuestra generación, los que hemos estudiado en el Montserrat, o en el Sánil, o con el Bonet “en el de pago”, hemos salido por patas por motivos de migración laboral, por presupuesto para vivienda o por mejora del status social rompiendo la continuidad generacional, y veo a otros nuevos colonos que vienen de más lejos aún, con otro equipaje, empezando a reescribir la historia, su historia, que seguro será tanto o más rotunda que la nuestra.
Ignacio López. 2005